lunes, 6 de septiembre de 2010

Entre Mis Manos

Ya no roznaba el sol en esa tarde de abril que quise abrir la puerta
De hierro forjado, de picaporte almidonado.
Mis pies eran pequeños al igual que mis manos.
Maldicientes pesadumbres soslayadas
Asomando sus narices tempranamente.
No intenté forcejear con la surtida enjabonada
Haciendo resbalar mis horas del hermoso jardín de una infanta
Ni en el pedestal celestial de una santa
Ni en la terraza por la luna alumbrada
He quedado.
Mis ojos avecinaron graznidos pero nadie los oyó.

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