viernes, 2 de julio de 2010

El Amor y La Burocracia (Ensayo)

Las diferentes generaciones que a lo largo de los años fueron marcando un sendero a seguir, vivieron a la sombra de ciertos patrones de conducta y modelo preestablecido, impuestos por tecnócratas del momento. Patrones que aún rigen imperiosos y firmes.

Nuestro involucre a cierta actividad evocativa es innata a nuestro ser. Desde que uno es niño se nos pregunta qué es lo que queremos ser cuando seamos grandes. Y desde esa inocencia y desconocimiento de lo que realmente conlleva una profesión, decimos: “Quiero ser maestra”.

La madurez y la experiencia nos van formando como personas y nos conduce a lo que queremos ser en realidad. El querer ser aflora desde un sentimiento, el amor y la pasión por cierta actividad, que proyectamos para el resto de nuestras vidas.

Esta carga de emotividad no siempre convive con el entorno. Y con frecuencia nos apartamos de nuestro “querer ser”, por cuestiones de adaptación social, que en ocasiones son de carácter obligatorio. Condiciona parte de nuestra actividad y nos conduce a pensar en ella y no tanto a sentirla. Un ejemplo muy común es especular si esa actividad nos dará frutos económicos o no; y desde ese foco la adoptamos o la reemplazamos por otra. No aprobamos este discurso pero nos adaptamos a los cambios. Aunque lejos se esté del ideal.

El modo de subsistencia, lo que nos dará de comer en el futuro; trata de no perder el énfasis de su elección. Pero en varias oportunidades se ve opacado por regímenes paradójicos que desobedecen al desarrollo natural de la tarea, no para educarlo sino para limitarlo o en muchos de los casos para modificarlos.

Y entre ese impase de seguir nuestro corazón y abordar al futuro lo más limpio posible, nos enfrentamos obsecuentemente a la frivolidad del sistema propiamente denominado burocracia. La originalidad del concepto propio, lo que decidimos ser, no concuerda muchas veces con la versatilidad del concepto pre impuesto.

La tecnocracia vaticina la degradación de la actividad adoptada. La rigidez en sus partes, la negación del propio ser. Impartiendo soberanía en su evolución, no para desarrollarse sana y naturalmente sino para restringirla sin explicación aparente del porqué de esta ocurrencia.


Un cantante de ópera obedece a los parámetros preestablecidos de acuerdo al ambiente que lo rodea, si no concuerda con su inclinación musical, perderá posibilidades de desarrollo in situ y deberá, obligatoriamente, si quiere seguir perteneciendo fiel a sus principios, expatriarse para lograr su cometido.

Es una de las tantas cautividades, que sufre el ser humano; que avanza sin piedad demoliendo origen cultural.

El arte, como ejemplo, desvalorizado hasta decir basta, ha sobrepasado inagotablemente al número de artistas y aficionados que para poder sobrevivir y hacer lo que les gusta, toman a la burocracia, sutilmente, como puente. Hasta lograr su cometido. Sin juzgar la relación que se genera entre la burocracia en todos sus ámbitos y el ser que se ve opacado en cierta forma por esta imagen.

La proyección soñada en estos casos no concuerda con la impuesta y axiomática con la que se convive a diario.

Se tiende a negociar. Tal vez esta relación “querer ser - tener que ser”, funcionen como nexo hasta empalmar parcialmente con el orden burocrático. Sorteando barreras, aguantando la respiración bajo las aguas contaminadas, compartiendo espacios con mentes frívolas y exiliadas pasionalmente; hasta llegar al idilio alguna vez soñado.

Si no logramos ser lo queremos ser, llega a despertar la barbarie dormida en las profundidades y en lo más oscuro aflora ante este acontecimiento. Lucha contra éste en vano en ciertas ocasiones.

Se generan las revelaciones. Principalmente cuando somos jóvenes, tendemos a luchar contra el sistema y abolir todas normas y reglas habidas y por haber. A temprana edad entendemos cómo funciona la vida en ese aspecto y a lo que hay que resignarnos, en cierto modo.

Nos acicalamos las cabezas, nos vestimos de negro, abucheamos el modus operandi del común denominador social, sabiendo aún que va a ganarnos. Hasta que la realidad nos encuentra. Y la burocracia es tan grande que pasamos a ser un pequeño e insignificante ser.

Se diversifican las luces artificiales de la aurora y el sueño blanco queda en la juventud; y propone el desafío más grande, saber quién logra sostener con sus pies su monumento.

Las bandas de rock, sometidas a brebajes melódicos innecesarios, pero necesarios para ser distribuidos por las masas; bifurcan la actividad original de la banda. Los confunde, los vuelve austeros y pecaminosos del arte. No desde mi parecer sino desde su ideología e inclinación musical.

El desarraigo. Este mismo genera una vuelta al mismo lugar del que nunca se partió. Quien abandona el país en búsqueda del paraíso soñado, se topa en destino con diferentes horarios y costumbres, pero cubiertos bajo el mismo cielo; con el tiempo retornan con el bolso llenos de otras burocracidades.

Se produce un desorden gesticular cuando se conoce a fondo esta clase de supervivencia explícita y puntual.

Bonaparte dijo: “Si no puedes contra ellos únete a ellos y luego véncelos”. Una buena manera de hacer una especie de uso por uso. El puente del que hablábamos. En esta frase un tanto expositiva deja al descubierto el accionar de muchos que han logrado su fin a “costa” de la burocracia. De aquí la frase de todos los tiempos de Maquiavelo: “El fin justifica los medios”.

En algún momento llegamos al fin de la cuestión y los medios por el cual lo logramos, generalmente no son nombrados. Se llegó y eso es lo que importa o lo que se registra. Pero nadie, o pocos, preguntan cómo se logró. Y si en esa respuesta se encuentra la burocracia, no cabe la menor duda, de que aún disfrazada se encuentre inmiscuida en nuestros asuntos.

Forma parte de nuestro vivir cotidiano, nos ajustamos a las vicisitudes que nos impone el sistema, pero nuestra lucha interna en oponernos sigue intacta.

La restricción del ser frustra en muchas ocasiones la continuidad de un proyecto. Lo vuelve desalentador e imposible de alcanzar. El amor por lo que queremos ser se desvanece y pierde validez para nosotros mismo. Terminamos analizando el entorno y se vuelven frágiles nuestras propias decisiones.

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